Puro surrealismo Alejandra Pizarnik
Pizanik escribió novelas y cuentos con impronta surrealista, psicoanalítica y erótica. Alcanzó el reconocimiento mundial en 1966, tras publicar sus diarios, una obra a la que dedicó toda su vida.
Escritora y traductora argentina, Alejandra Pizarnik desarrolló una de las obras literarias más asombrosas del siglo XX. Sus versos, en constante tensión entre el automatismo surrealista y la exactitud racional, atraviesan la propia vida de la poeta, adentrándonos en su nostalgia por la infancia perdida, atracción por la muerte, profundo intimismo y deseo de ser amada y reconocida.
La recordamos en un aniversario más de su muerte y es que en la madrugada del 25 de septiembre de 1972, cuando Alejandra Pizarnik se dirigia al despacho que tenía en su departamento en Buenos Aires, tomó un gis se aproximó al pizarrón que había en la pared y escribió: “No quiero ir / nada más / que hasta el fondo”, fue a su habitación, ingirió cincuenta pastillas de Seconal sódico y murió.
A los 36 años, Pizarnik abandonó la vida, dejando a su paso uno de los legados poéticos más importantes de la literatura latinoamericana. Hija de Elías Pozharnik y Rejzla Bromiker, inmigrantes ucraniano-judíos, Flora Alejandra Pizarnik nació en Buenos Aires el 29 de abril de 1936.
Dada su inagotable sed intelectual, Pizarnik estudió Literatura Francesa e Historia de la Religión en la Sorbona. Fue entonces cuando conoció a varios escritores con los que forjó una amistad que duró toda la vida, entre ellos Julio Cortázar (Pizarnik decía que ella era la Maga de Rayuela), Rosa Chacel y Octavio Paz (quien redactó el prólogo para su reconocida obra Árbol de Diana en 1962).
Cuatro años más tarde, Alejandra Pizarnik regresó a Buenos Aires habiendo madurado como poeta. Justo en ese momento solo necesitaba tiempo para volcar su torrente literario en las páginas y expandir su obra. “Nada pretendo en este poema si no es desanudar mi garganta”, escribió.
Después de París, Alejandra Pizarnik publicó tres de sus principales volúmenes: Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971). Su poesía oscilaba entre el automatismo surrealista y la voluntad de exactitud racional. Eran piezas sin énfasis, a veces incluso sin forma, como anotaciones y alusiones de un diario personal. Ventanas metafóricas, espacios para la reflexión.
“Exponer su postura feminista afirmativa en su época, sin tomar en cuenta -en términos contemporáneos- la necesidad de inclusión de lo diverso, de las subjetividades diferentes, la aceleración tecnológica sesgada de los algoritmos en una simbiosis de lo humano-no humano y demás; se oponían a un análisis de la complejidad que Pizarnik enuncia de modo subyacente en su obra. Es de imaginar el aporte crítico-reflexivo que hoy ella hubiera realizado en tiempos inciertos de un posthumanismo”, comenta Fainholc directora de la ONG «CeDiProE», Centro de Diseño, Producción y Evaluación de Recursos Multimediales para el Aprendizaje en Argentina.